Marcela y Diego pertenecen a mundos diferentes.
Ella quedó huérfana a temprana edad y fue criada en una convento de monjas. La pobreza y la escasez modelaron su espíritu sin mellar la dulzura y bondad de su persona. Muy comprometida con la fe y abocada por completo a sus estudios universitarios, no encuentra demasiado encanto en las cosas materiales ni en relaciones fáciles y pasajeras, que su belleza le procura con frecuencia.
Diego, en cambio, pertenece a una clase rica y acomodada. Ha heredado de su abuelo el amor por las Ciencias Económicas, y de su padre su habilidad con las mujeres. Pero junto con el nombre y el apellido, existe también una consigna apremiante: “Un Méndez Cané nunca pierde”. A punto de recibirse de Contador, es una verdadera leyenda entre sus compañeros, no sólo por sus conquistas, sino también por su inteligencia. Únicamente una “geniecito” le hace sombra: Marcela Medrano.
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